Dicen que las casas guardan las historias de sus inquilinos y que, cuando nos vamos, siempre queda algo de nosotros en ellas. Los hoteles no son una excepción y el hotel Ilunion Alcora de Sevilla, del grupo social ONCE, guarda muchas historias entre sus paredes. «Tenemos un propósito», cuenta a RTVE.es Manuel Jiménez, director del hotel, «hacer de este un mundo mejor, con todos incluidos». Inaugurado en 1991, un año antes de la Exposición Universal de Sevilla, desde 2019 este hotel ha sido hospital de campaña durante la COVID-19 y casa de acogida para los refugiados ucranianos y subsaharianos, que se han alojado en sus instalaciones.
Un hospital de campaña
«En marzo del 20 surge la pandemia del coronavirus y rápidamente pensamos cómo podríamos ayudar», declara Jiménez. «Es así como cedimos varios hoteles a la administración para su uso como hospital, siendo el Alcora el primero de toda España en ser medicalizado«. De esta forma, entre el 27 de marzo y el 1 de mayo de 2020, 89 ancianos que habían contraído la enfermedad fueron atendidos en sus instalaciones. «Es un hotel muy grande, 35.000 metros cuadrados, lo que le daba cierto valor porque permitía diferenciar zonas y poder construir toda la infraestructura hospitalaria», agrega.
«Fue muy sorprendente y enriquecedor ver cómo los equipos sanitarios del SAMU (Servicios de Asistencia Médica de Urgencias) hicieron un trabajo brillante y cómo en tiempo récord construyeron la estructura necesaria para atender a los enfermos», continúa Jiménez, «Además, consiguieron hitos sanitarios importantes, como lograr que ninguno de los más de cien integrantes del SAMU que trabajaron en el hospital se contagiara«.
Marcos Saa lleva 10 años trabajando en el hotel y a día de hoy es su jefe de mantenimiento. Él se encarga de que todo funcione correctamente cuando el huésped llega a su habitación. Durante la época en la que el hotel se transformó en un hospital, fue de los pocos trabajadores que continuó prestando servicio, apoyando al SAMU en su labor. «Al principio ayudé con las instalaciones y luego tuve que darles soporte para lo que necesitasen junto a otro compañero, con quien cubríamos las 24 horas», cuenta a RTVE.es.
«Fue un momento penoso de vivir, pero al mismo tiempo también fue bonito dentro de lo que cabe», comparte Saa: «Vi cómo se trataba a esas personas mayores, lo mal que entraban en camilla y luego cuando los veías en las zonas comunes del hotel, sentados, ya charlando, era gratificante». Emocionado, nos cuenta cómo «Hubo muchas altas, gracias a Dios. Les veías con otro semblante, con la alegría de irse y nosotros de verlos irse«. Saa también fue testigo de la primera alta del Alcora. Un alta inmortalizada entre aplausos y vítores. «Íbamos todos a una con el SAMU, veíamos cómo ellos estaban día y noche, sin dormir», recuerda.
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La mayor parte de los empleados tuvieron que verlo todo desde casa, enfrentándose luego al impacto de volver al edificio. Carmen Ramos lleva trabajando en el Alcora desde 1993. Ahora, es la gobernanta, la responsable de hacer que el hotel sea lo más confortable posible para los huéspedes. «Tuvo que ser una etapa muy dura para los compañeros que siguieron en el hotel», cuenta a RTVE.es. «El primer día de reincorporarme al trabajo fue duro, fue triste. Llegas a un hotel que ha estado medicalizado, donde todo es diferente a cuando te fuiste«.
«Suelo recordarlo y hablar de esa etapa», comparte Saa. «Me dejó marcado el ver a tantos abuelos en tan malas condiciones allí en sus camas. Recuerdo el día en que era la Feria de Abril y le montamos una caseta en la zona noble del hotel para que los abuelos se pudiesen comer su pescaito frito. Fue muy bonito, pero te marca. A mí me ha marcado», concluye.
«El poder vivir la transformación del hotel en hospital en primera línea te daba cierta tranquilidad, porque veías que se hacía un buen trabajo. Veía más nerviosa a la gente que estaba en su casa encerrada viendo las noticias, sin poder ver realmente lo que estaba pasando», añade Jiménez. «A mí el poder verlo y tocarlo me aportó cierta tranquilidad, dentro de las circunstancias».
Desde casa, las familias de los trabajadores tuvieron que hacer frente no solo a la incertidumbre provocada por la pandemia, sino también al ERTE que sufrió la plantilla: «Económicamente, afectó mucho a las familias, algunas no tenían ni para comer. Por parte del hotel se creó una especie de banco de alimentos y pude, junto a la subdirectora, llevar comida a las familias de los trabajadores», cuenta Ramos.
Un refugio de la guerra
Una labor social, la del hotel, que también se vio después del estallido de la invasión rusa de Ucrania, en febrero de 2022. Durante más de un año, el hotel acogió a cerca de un centenar de refugiados ucranianos que huyeron del conflicto. «Hemos colaborado fundamentalmente con CEAR en la crisis de Ucrania y luego también una pequeña colaboración con la crisis de los subsaharianos», cuenta Jiménez. «Algunos fueron rotando, pero calculo que al final habrán sido 60 o 70 familias las que habrán pasado por nuestras instalaciones«.
Una labor del hotel que no solo fue de acogida, sino también laboral, pasando algunos de estos refugiados a formar parte de la plantilla del hotel: «Pudimos ofrecer oportunidades de trabajo a algunas personas en este y en otros hoteles de la compañía. De hecho, algunos de ellos siguen todavía trabajando con nosotros».
«Llegué a trabajar con una de ellas como camarera de piso y la verdad es que congenió muy bien«, indica Ramos, quien, como gobernanta, llegó a tener bajo su cargo a una de las ucranianas que residían en el hotel. «Lo que pasa es que llegó su alegría. Se pudo ir fuera de España con su familia, pero mientras trabajó a gusto en el hotel. Luego incluso nos recomendó para que vinieran a trabajar con nosotros».
María José Ángeles es camarera en la zona de restauración del hotel desde hace cerca de dos años, un puesto en el que ha podido tratar de primera mano con los refugiados: «El marido de la camarera de piso ucraniana estuvo con nosotros en el office, era divertidísimo trabajar con él porque nos comunicábamos como buenamente podíamos, pero era muy trabajador», cuenta riendo a RTVE.es. «Fue una experiencia muy bonita y bastante agradecida».
Un trabajo en equipo para el que la barrera del idioma tuvo que salvarse con paciencia y esfuerzo. «Al principio era el traductor», recuerda Ramos. «Luego fuimos intentando aprender un poco de ellos y ellos de nosotros. Cuando hay empeño, se puede». Un empeño que para Ángeles hicieron ambas partes: «Ellos decían que su vida estaba ya aquí, que querían quedarse y era aprender el idioma para incorporarse al mundo laboral. Les gustaba estar aquí y al final muchas familias acabaron hablando frases cortas en español con nosotros».
«No se me olvidará nunca», recuerda Ramos, «cuando vino la primera familia y Manuel los recibió, el chico que venía con ellos lo primero que hizo fue abrazarlo; o también un cumpleaños que tuvimos de una chica, que no venía con sus padres, sino que venía con sus tíos, y todos los compañeros le hicimos una fiesta de cumpleaños en el hotel. Fue emotivo y duro, porque son personas que vienen huyendo y todo lo que se les pudiera dar, era poco«.
Un conflicto que estaban lejos de haber dejado atrás, en su país, si no que parecía perseguirlos. «Cuando llegaron los primeros grupos de ucranianos tenían una cara como de contradicción, estaban tristes por saber lo que dejaban, pero a la vez venían también con una cara de alegría, de agradecimiento. Venían y decían ‘gracias por acogernos aquí’ y al final nos convertimos en su familia, era una convivencia diaria de desayuno, comida y cena», recuerda Ángeles.
«A veces nos encontramos con alguno en el supermercado o en cualquier otro sitio y es muy gratificante», cuenta Jiménez. «Cualquier persona que se pueda poner en su situación de tener que salir corriendo de tu casa, de abandonar toda tu vida y verte desplazado en otro país, un sitio que es para ti completamente desconocido, pues imaginaros la carga de emociones que puede llevar una situación de este tipo», añade.
«Eran como nuestra familia» recuerda Ángeles. «Conocíamos a los niños, jugaban con nosotros, nos buscaban, algunas veces les traíamos chuches y cosas así». Le preguntamos cuál es la estampa que más recuerda, pero son sobre todo los «pequeños momentos» los que más la han marcado. «Yo lo que más recuerdo son los niños», nos cuenta, «nos cogieron un cariño tremendo. Nos veían como a uno más de su familia. Los dibujos que nos hacían que tengo en mi taquilla de agradecimiento».
Una experiencia que también se extendió a los refugiados subsaharianos, aunque mucho más reducida. «Con ellos no tuvimos apenas contacto porque estuvieron muy poco tiempo y eran muy pocos. Yo solo les llevaba la comida a la zona en la que estaban y solo sé que fue todo bien», comparte Ángeles.
Ya sea durante más o menos tiempo, el hotel Ilunion Alcora de Sevilla ha marcado la vida de muchos de los que han pasado por sus instalaciones, ha dejado una huella imborrable en la vida de aquellos que trabajan en él a diario.
*David Vargas, alumno del Máster en Periodismo 360º de la Universidad de Sevilla y RTVE. Esther G. Pérez, redactora jefa de Sociedad, es su tutora y ha supervisado la elaboración completa de este texto.